Autor: Lujuria Narrada
Género: Relato erótico urbano
Palabras clave: vecinos, voyeurismo, tensión sexual, placer nocturno, +18
Lectores: +18
👀 Un balcón, dos miradas… y muchas ganas
Desde que Tomás se mudó a su nuevo apartamento en el barrio de Palermo, notó que algo lo mantenía más despierto de lo normal. No era el ruido de la ciudad. Era el balcón del frente. Más exactamente, la mujer que cada noche salía en bata corta a fumar, estirarse, beber una copa de vino… o simplemente a provocar sin saberlo. O quizás sí lo sabía.
Ella se llamaba Camila. Vivía justo al frente, dos pisos más arriba. Tomás descubrió su rutina por casualidad. A las 11:15 salía al balcón, cruzaba una pierna sobre la otra, y fumaba con un aire entre místico y erótico. Su bata blanca dejaba entrever sus muslos, sus pechos sin sujetador, su ombligo… y más de una vez, el brillo de un tatuaje en la pelvis cuando el viento jugaba a favor de la vista.
Tomás, por su parte, comenzó a esperarla. Primero con una cerveza. Luego sin camiseta. Después, más descaradamente. Camila también lo miraba. A veces sonreía. Otras lo ignoraba por completo. Pero cada noche, ambos estaban allí, como si el balcón fuera una excusa para jugar a no tocarse… aún.
🌡️ El calor sube con la luna
Aquella noche de verano fue diferente. El calor era agobiante. Tomás no podía dormir. Salió al balcón en boxers y se encontró con Camila en ropa interior. Literal. Sujetador de encaje negro, braguita diminuta, copa de vino en mano. No se movió. Solo lo miró con ese brillo que ya no podía ser casual.
—No hace falta disimular —dijo ella, alzando su copa.
Tomás sonrió. Levantó su cerveza. Sabía que la conversación había comenzado. Gritarse era inútil. Así que Camila, sin más, le hizo un gesto con el dedo: “ven”.
Tomás no lo pensó. Bajó corriendo, cruzó la calle, tocó el portero. Ella abrió sin preguntar. Subió dos pisos con el corazón en la boca. Al llegar, la puerta estaba entreabierta. Y Camila, esperándolo con una sonrisa torcida y sin sujetador.
💋 Entre copas y gemidos
Se besaron en la entrada, contra la pared. Él la alzó en brazos y la llevó al sofá. Camila rodeó su cintura con las piernas, lo apretó con fuerza, mordió su cuello. Tomás gemía, desesperado por sentirla. Le quitó la braguita, la besó entre las piernas con hambre. Su lengua era una danza salvaje, succión precisa, dedos en el punto justo.
Camila se vino en segundos, arqueando la espalda, gritando su nombre. Lo empujó hacia atrás, lo desnudó sin pausa y se montó sobre él. Su pelvis chocaba contra la suya con una fuerza deliciosa. Se miraban a los ojos, sudaban, gemían como si el mundo fuera ese departamento… y los balcones fueran testigos silenciosos.
♻️ El deseo no descansa
Cambiaron de posición una y otra vez: él detrás de ella, empujándola contra el ventanal; luego ella de rodillas en la alfombra; después en la cocina, sobre la mesa aún con restos de vino. No se decían mucho, pero sus cuerpos hablaban el mismo idioma. Cada jadeo era una orden. Cada orgasmo, una promesa cumplida.
La madrugada los encontró abrazados en el sofá, desnudos, riendo, compartiendo los últimos sorbos de vino y caricias suaves en la espalda.
—¿Esto fue una sola vez? —preguntó Tomás, acariciándole el muslo.
—Eso depende… —susurró Camila, besándolo en la mejilla— ¿piensas seguir saliendo al balcón?
—A las 11:15 en punto —respondió él, sonriendo como un idiota satisfecho.
🔁 Segunda ronda, sin miradas
Tomás pensaba que la noche había terminado, pero Camila no. Lo tomó de la mano y lo llevó al baño. Encendió la ducha y sin decir palabra lo empujó bajo el agua tibia. Allí, bajo el chorro, lo volvió a besar. Esta vez con una dulzura peligrosa. Se enjabonaron lentamente, sus manos recorriendo cada rincón del otro, sus bocas besándose en silencio, con los ojos cerrados.
Ella se giró, apoyando las manos en la pared de la ducha. Tomás entendió. La penetró de nuevo, más lento, más profundo. Camila gemía con la frente pegada a la cerámica, mientras él la sujetaba de la cintura y se movía dentro de ella con precisión y deseo. El agua resbalaba por sus cuerpos, llevándose el sudor, pero no el fuego.
El segundo orgasmo fue distinto. Más íntimo. Más largo. Cuando acabaron, se abrazaron bajo el agua, sin decir palabra, solo respirando al mismo ritmo.
—Ahora sí —dijo Camila, sonriendo—. Ahora puedes irte.
🌙 Final sin despedida
Camila se levantó, se puso su bata sin cerrarla, y lo acompañó hasta la puerta. Le dio un último beso, lento, húmedo, y le susurró al oído:
—Cuando vuelva a salir… no me mires tanto. Mejor, entra.
Tomás cruzó la calle flotando. Subió a su departamento y se dejó caer en la cama, aún con el olor de Camila en sus labios. El balcón ya no era solo un lugar para respirar. Era una ventana al deseo. Y esa ventana, ahora, estaba abierta de par en par.
Relato original para Lujuria Narrada. Prohibida su reproducción sin permiso.
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